Por azares de una extraña alquimia sensorial piensas que
lo que tocas no es oro pero lo transforman tus manos.
Te regalé una noche y te creíste dueño de mis días.
Amordacé a jadeos mi lengua viperina
por no romper con frases el momento.
Bautizaste a besos la sombra de mi luna
sin intentar primero consensuar el nombre.
Y te erigiste rey absoluto del territorio que arrasabas.
Jamás pensaste que estando aletargada podría derribarte.
Ufano aún sonreías, mientras dinamitaba tus fueros,
con ese tipo de intransigente seguridad que
acostumbras a tener por mala compañera.
Las emboscadas también llegan a plena luz del día.
Y te quedaste sin claro de luna para un mañana.
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