Después de él paré y frente al espejo miré sin verme. Nada a mi alrededor era cercano, todo despojos de otra vida.
No era hora de buscarse, ni de apuntalar ruinas. Mi tiempo dejó de ser una cascara vacía, llena tan sólo por condescendencia suya. Tratar de hacer lo que se espera es una losa tan fría, hiela tanto que hibernan las ansias.
Fue fácil no hacer maletas, todo estaba deshecho, alzar el bolso y dejar las llaves detrás de la puerta.
No quedó nada. Recuento de lunares, todo el tuétano en mis huesos y el pelo hasta la cadera. Eso era lo único que parecía haberse salvado del desastre.